Desde que entró a la secundaria la había observado todos los días. Para la mitad del año se había decidido a hablarle todas las veces que pudiera, pero era muy tímido para eso.
Cuando entró a tercero por fin se decidió a hablarle todos los días, siempre y cuando tuviera la oportunidad y no la estuviera interrumpiendo.
Después de una semana, todas las clases finales de Carlos le tocaban en el salón E-4, ahí, el grupo de Diana, la chica de la cual Carlos estaba enamorado, tenían todos los días su penúltima clase.
Todos los días Carlos se apresuraba para llegar temprano a su última clase y así poder ver a Diana; siempre que llegaba ellos ya iban saliendo, entonces Carlos le decía un simple "Hola" y le dedicaba una sonrisa. Al principio Diana no le respondía, pues se le hacía muy raro que él, alguien a quien no conocía, la saludara todos los días, pero con el tiempo se fue haciendo rutina.
Pasaban los días y Carlos seguía con su saludo diario. Le comenzó a escribir cientos de cartas a Diana donde le confesaba sus sentimientos y las razones por las cuales le gustaba, sin embargo, además de su saludo diario en el último cambio de módulo, no se hablaban para nada, nunca habían entablado una conversación y si se encontraban en la calle o en algún lugar ajeno a la escuela sólo se saludaban y cada quien seguía por su camino.
Cierto día, casi para el final del curso, mientras Carlos estaba en su penúltima clase, hubo un corto circuito y el salón se comenzó a incendiar. Todos los que ahí se encontraban salieron huyendo, todos menos Carlos, quien mientras corría hacia la salida se había tropezado con la silla de uno de sus compañeros y había caído al piso, torciéndose el tobillo, lo que le impedía levantarse y salir de aquel salón que poco a poco se envolvía en llamas.
Mientras Diana salía de su clase notó que había alumnos corriendo por el patio cívico, era el grupo donde estaba el muchacho que todos los días la saludaba de una manera sencilla y tímida. Los muchachos salían corriendo y gritaban mientras en el edificio de enfrente el último salón se encontraba en llamas. Diana pronto notó la ausencia de aquel muchacho y le entró un pánico inexplicable. Pronto corrió con los prefectos quienes iban corriendo con cubetas de agua para apagar el fuego y otros llamaban a los bomberos.
-¿Hay alguien todavía adentro del salón?- decía histérica a uno de los prefectos.
-Al parecer salieron a tiempo todos, pero vete de aquí y mantente lejos el fuego, puede ser peligroso.- le dijo un profesor mientras impedía que subiera las escaleras.
-Estoy segura de que aún hay alguien en el salón, ¡tienen que sacarlo!- gritaba Diana.
En el salón Carlos se intentaba arrastrar para llegar a la salida pero el humo era demasiado y las llamas estaban a punto de alcanzarlo.
Diana había convencido a un profesor de entrar al salón para revisar si ya no había nadie y fue cuando encontraron a Carlos tirado en el piso a punto de desmayarse por todo el humo que había inhalado, las llamas estaban a punto de alcanzarlo pero por fortuna el profesor llegó a tiempo y lo sacó.
Cuando Carlos estaba fuera, mientras los paramédicos lo revisaban, Diana se le acercó muy preocupada.
-¿Te encuentras bien?- le preguntó.
-Sí... estoy algo mareado por el humo, pero a pesar de todo estoy bien gracias a ti- le respondió Carlos.
Diana le dedicó una amplia sonrisa y no sabía si abrazarlo o no.
-¿Cómo supiste que aún no salía del salón?- le preguntó de pronto Carlos a Diana.
La pregunta tomó por sorpresa a Diana pero a los pocos segundos la respondió... -Todos los días un muchacho, mientras salimos de la penúltima clase, me saluda. Siempre me pregunté quién era ese muchacho, porque casi nadie de tercero me habla. Al principio me tomaba por sorpresa ese saludo, pero con el tiempo me fui acostumbrado y llegué al grado en el que salía un poco tarde sólo para encontrarme con él y que me dijera ese "Hola" y nada más. Ese saludo me hacía sentir especial, porque sentía que para él yo era alguien, que no era otro "zombie" en esta inmensa escuela. Soy muy tímida y por eso mi presencia casi no se nota, pero cuando noté que ese muchacho me saludaba a mi y sólo a mi, me sentí una persona importante, sentí que realmente valía la pena para alguien, que mínimo merecía el saludo de alguien... entonces, cuando salimos de clase y vi que todos salían corriendo del edificio, te busqué desesperada pero no te encontraba, no les podía preguntar a tus compañeros por ti porque ni siquiera sé tu nombre, así que fui corriendo a preguntar si todavía había alguien en el salón, al principio me dijeron que ya no había nadie y que sólo estaban esperando a los bomberos, pero pese a mi insistencia decidieron revisar el salón y te encontraron.
Carlos se quedó muy sorprendido pues, el nunca se imaginó que para esa chica, él era alguien, no sólo un alumno más, sino alguien especial, tan especial, porque ella esperaba ese saludo todos los días.
Carlos se dio cuenta de algo muy importante. No se necesita hacer cosas extravagantes o extraordinarias para dejar huella en alguien o en algún lugar, con el simple hecho de ser cortés y amable te ganas un lugar muy especial en la memoria de alguien. Muchas veces lo ordinario como un saludo se vuelve tan extraordinario y algo como un simple "Hola" se convierte en algo digno de recordar. Que las pequeñas cosas no son tan pequeñas después de todo.